Perfil.com / Por Jesica Rychter
Conozca la técnica artesanal de hace dos siglos que fue reflotada en Mendoza y que no daña el medio ambiente. El proceso, en fotos.
Hace dos siglos, los chinos utilizaban una técnica artesanal para elaborar papel: obtenían fibras de la corteza interna de plantas blandas, luego las hidrataban en agua y cocinaban con cenizas de madera. En un proceso que incluía lavar las fibras en los ríos, decolorarlas y machacarlas a mano con un palo, entre otros pasos, obtenían un papel constituido totalmente por celulosa.
La tecnología avanzó pero ésta técnica milenaria sigue vigente: docentes y alumnos de la Universidad Nacional de Cuyo, basándose en el modelo chino, fabrican papel artesanal ecológico aprovechando los residuos de vegetales y plantas que crecen específicamente en Mendoza.
El proyecto, que nació en 1990 -gracias a los subsidios y becas de la Secretaría de Ciencia y Técnica de Posgrado (SECTYP), el Centro de Información y Comunicación (CICUNC) y la Fundación de la Universidad (FUNC)- y que permitió la instalación de un molino de papel dentro de la institución, cobró impulso el año pasado. Desde un primer momento, los investigadores plantearon alejarse del proceso industrial actual.
“Cada año la industria poda miles de hectáreas de árboles cuyo destino es ser papel. El crecimiento del árbol es lento, necesita 20 años para ser utilizado y luego de su poda la tierra necesita ser curada por dos años”, explica Leticia Burgos, profesora y directora del proyecto. “Se sigue con la madera, que provoca la deforestación y afecta al clima, porque existen grandes infraestructuras donde se invirtió dinero para procesar la madera y todo eso quedaría caduco”, expresa la investigadora. Además, la industria del papel utiliza “carga y relleno, como alumbre, ciertos colorantes y encolantes. Algunas son sustancias químicas dañinas para el medio ambiente”.
Es por eso que los investigadores se inclinaron por imitar algunos de los procedimientos de la técnica milenaria china en cuanto a la fabricación de la pasta, ya que ésta no utilizaba carga ni relleno (el papel estaba compuesto totalmente de celulosa). “El proceso es natural, no hay necesidad de usar encolantes. Tampoco hay daño para la persona ni para los ríos, no hay desechos químicos para tirar como sí sucede en el proceso industrial”, sostiene Burgos. Ella y su equipo elaboran de forma artesanal papel reciclado y le adjudican un rol muy importante a preservar el medio ambiente: “hacemos una actividad altamente concientizadora acerca de los valores que sustentan los paradigmas del cuidado de los recursos naturales y el equilibrio ecológico sustentable”, expresa Daniel Fernández, profesor del UNCU e integrante del proyecto.
Para la elaboración del papel, el equipo de trabajo selecciona plantas autóctonas de crecimiento marginal. “La cortadera, la totora y la vid crecen todos los años en Mendoza y el viento se lleva lo que nosotros utilizamos para hacer papel: la infrutescencia. No hacemos daño a la planta”, explica Burgos, que aclara que también experimentan con los desechos de cosecha de los racimos de uva y las ristras de ajo. “Es una forma de rescatar el material desechado y darle un mejor destino”. Una vez que la materia prima es recogida, se somete a un proceso de hidratación y luego es cocida con cenizas de madera al igual que en la técnica china, ya que éstas “no dañan la cadena molecular de la celulosa y permiten darle una durabilidad de mil años al papel, beneficio que no se obtiene con la soda cáustica y ácidos que son utilizados en el proceso industrial”.
Luego de lavar el material y de hacer un tratamiento mecánico en una máquina llamada pila holandesa, el equipo obtiene la pulpa de papel. “Cuando las fibras están listas se llevan a una pileta y se diluye en un 95% agua y un 5% de fibra. Por inmersión se introducen unos bastidores que recogen esa fibra, se deja drenar el agua y queda lista la hoja que se vuelca sobre fieltros, se prensa y se deja secar”, revela Burgos. En el proceso chino, los bastidores utilizados recibían el nombre de sugeta y el papel final se llamaba washi, que era delgado y resistente así como también lo es el papel obtenido por el equipo del UNCU.
El proyecto contempla crear un centro donde se pueda procesar el material que se descarte, una planta artesanal con producción y venta de todos los materiales para hacer papel artesanal y venta de hojas hechas a mano con el sello de la universidad. “Esperamos tener el apoyo de la UNCU que hasta ahora nunca nos faltó. Pero sería ideal conseguir otros aportes para agrandar y equipar el molino de papel”, concluyó Burgos.
Color y arte. El proyecto de la Universidad de Cuyo también tiene un costado artístico y se renovará dos años más para trabajar sobre la expresión plástica. “Cuando hablamos de papel no nos referimos a las hojas lisas, neutras y sin expresión a la que estamos acostumbrados a usar. A partir de este método podemos crear obras artísticas ya desde la selección de la planta que vamos a utilizar”, explica Burgos. Actualmente el equipo está trabajando en la coloración de las hojas con diversos pigmentos que permiten crear “un material con lenguaje propio”. Lo innovador es que reciclan al colorear las fibras vegetales con vegetales: “probamos con naranjas, pomelos, remolachas, té, café, yerba mate, jacarandá y cáscaras de eucalipto”, entre muchas otras opciones.
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