Desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, de junio de 1972, no se ha podido acordar una ética ambiental, una ética de responsabilidad solidaria frente a los problemas ambientales, un reconocimiento general, por cierto egoísta, de la necesidad de actuar racionalmente, éticamente, por interés común de sobrevivencia, para evitar y mitigar los perjuicios a la calidad del ambiente.
No se ha logrado que las cosas que dependen del hombre ocurran éticamente, como deben ser y como deben hacerse, para beneficio de todos.
A efectos de preservar la calidad del ambiente y con el objeto de informar las causas del calentamiento global y del efecto invernadero, sus peligros y medios de reducir, mitigar y adaptarse a sus nocivas consecuencias, la ONU creó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, que desde 1988 ha producido fundados informes y conclusiones elaborados por cientos de científicos de todas partes del mundo, incluso argentinos, que cubren miles de páginas, dando a conocer la importancia, consecuencias y graves peligros del cambio climático y del efecto invernadero.
Teniendo en cuenta los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, más los estudios de otros grupos y de científicos individuales, se han llevado a cabo 16 reuniones anuales de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, precedidas de reuniones preparatorias, para tratar, entre otras cosas, de acordar un nuevo protocolo global vinculante. El objetivo es actualizar y ampliar los alcances del Protocolo de Kyoto de 1997, que recién entró en vigor en 2005 y que persigue reducir las emisiones a la atmósfera que provocan el efecto invernadero, lo que hace que los países industrializados consideren que ello afecta a su desarrollo y competitividad.
Las dos últimas reuniones de la Conferencia de las Partes, en Copenhague en 2009 y en Cancún en 2010, fracasaron.
Se está preparando la 17ª Conferencia por realizarse en Durban, Sudáfrica, a fines de este mes, a la que están invitados a participar los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas y organizaciones especializadas. Pero el encuentro está destinado a un fracaso mayor. Fracaso porque Estados Unidos -junto con China, el mayor contaminante del mundo- ha rechazado el Protocolo de Kyoto alegando que "castiga a la industria norteamericana".
Fracaso porque en las actuales circunstancias en que el mundo se encuentra, los países no están en condiciones de acordar obligaciones globales de ética ambiental. Fracaso porque el mundo está en crisis política, financiera, económica, social y ambiental. Los países con grandes déficit fiscales, deudas, desocupación, una recuperación muy lenta de la crisis 2007-2009, peligro de recesión, incertidumbre, temor y con protestas de sus ciudadanos ante las medidas de ajustes presupuestarios, son renuentes a comprometer obligaciones y aportes para el saneamiento ambiental.
Persisten los equivocados, criminales y costosos despliegues de tropas en Afganistán e Irak, y en Libia. Ello con cientos de miles de muertos civiles y militares, heridos y mutilados y con lesiones emocionales de todo tipo, destrucción, deterioro ambiental y problemas de refugiados y desplazados.
Se suman los efectos de la "primavera árabe", que incluye conflictos religiosos. El informe "Nuestro futuro común", de las Naciones Unidas, de 1987, señala: "La competencia armamentista y los conflictos armados constituyen obstáculos importantes para el desarrollo sostenible". El Principio 24 de la Declaración de Río, de 1992, estipula que "la guerra es, por definición, enemiga del desarrollo sostenible. En consecuencia, los Estados deberán respetar las disposiciones de derecho internacional que protegen al medio ambiente en épocas de conflicto armado". En esta edad de la información, convocados por medio del uso inteligente de las redes sociales y el manejo de la Web, se lleva a cabo la revolución árabe y en distintas partes del mundo surgen manifestaciones populares contra dictadores corruptos perpetuados en gobiernos que son la envidia de los gobernantes y políticos que persiguen la reelección e inmunidad permanente. Manifestaciones que persiguen cambios políticos; así, en Turquía se pide que la nueva constitución suprima la inmunidad de los políticos.
Activismo por frustración de la juventud, por la libertad de pensamiento, por mejor educación y trabajo. "Indignados" contra la corrupción. Contra la codicia y lucro insensible de bancos y multinacionales que, entre otros daños, provoca graves desastres ambientales nucleares y de derrame de petróleo. El reciente otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a tres activistas mujeres que luchan por la igualdad de la mujer, el fin de la violencia y de la opresión es un reconocimiento a la validez de las manifestaciones.
Estas crisis ponen en evidencia la ausencia de estadistas y la incapacidad de los gobernantes.
Ante la eventualidad del fracaso de la 17ª Conferencia de las Partes, las Naciones Unidas está preparando y otorgando especial importancia a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, que se llevará a cabo en junio de 2012, en Río de Janeiro.
En la era del desarrollo sostenible no debemos renunciar a que en la Conferencia se puedan lograr acuerdos que impliquen compasión para la salud de la madre Tierra, que tengan en cuenta las definiciones y la exposición que sobre el desarrollo sostenible o duradero -el que "satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de futuras generaciones para satisfacer las propias- se encuentran en el informe "Nuestro futuro común", en el que por primera vez se enunció y desarrolló tal principio.
En el informe se expresa que "el desarrollo duradero no es un estado de armonía fijo, sino un proceso de cambio por el que la explotación de los recursos, la dirección de las inversiones, la orientación de los progresos tecnológicos y la modificación de las instituciones se vuelven acordes con las necesidades presentes tan bien como con las futuras". Además que "el desarrollo duradero requiere que las sociedades satisfagan las necesidades humanas aumentando el potencial productivo y asegurando la igualdad de oportunidades para todos". Y que, como exigencia mínima, "el desarrollo duradero no debe poner en peligro los sistemas naturales que sostienen la vida en la Tierra: la atmósfera, las aguas, los suelos y los seres vivientes".
Por todo esto, es de importancia el plan de acción en pro del desarrollo sostenible mundial, aprobado como Agenda 21, a fines de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, en 1992.
La preservación global de la calidad del ambiente está en crisis y eso obliga a pensar global, pero actuar local, con medidas de previsión, prevención, cooperación, control, resiliencia y adaptación, y una intensa campaña de educación y concientización ambiental.
Por: V. Guillermo Arnaud
El autor es miembro de la Academia Nacional de Geografía y la Academia de Ciencias del Ambiente
La Nación
Lunes 7 de Noviembre de 2011
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